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jueves, 20 de diciembre de 2012

La Salada y la industria textil; la trama de un negocio que oculta fraude, abusos y evasión



Miles de puestos, cientos de miles de compradores, marcas reales e imitaciones de todo tipo.  Dos madrugadas por semana, mientras la ciudad de Buenos Aires duerme, el bullicio se apodera de La Salada, en la periferia de la capital argentina.
 La feria La Salada es un espacio de cruce y tránsito, en el límite entre la ciudad de Buenos Aires y el partido bonaerense de Lomas de Zamora. En sus 20 hectáreas se acumulan numerosas y agitadas transacciones: se vende y se compra comida, ropa,  tecnología etc.

La mercancía polémica:

 Uno de los temas más controversiales de La Salada es el tipo de mercadería que se vende. Para empezar, hay múltiples categorías y formas de lo falso en circulación. Y esto se debe al modo de producción de las prendas, que se consiguen tanto al por mayor como al menudeo minorista. En esa borrosa zona de producción que da lugar al inmenso modo de venta y distribución transnacional que es La Salada, emerge como enclave el taller textil clandestino. Se abre, así, una paradoja:
La Salada es un espacio de publicidad y expansión para una producción que tiene su génesis en la clandestinidad. O, dicho de otra manera, el original es producido en la clandestinidad y la copia falsa, distribuida a cielo abierto.
Entre el taller y la feria proliferan todo tipo de marcas: se comercializan prendas sin ningún logo, otras con marcas especialmente producidas para la feria y también aquellas pertenecientes a conocidas casas de ropa.
Esto es: una misma prenda, fuera del circuito de valorización comercial «legal», tiene que demostrar que posee la misma calidad y diseño aun si el precio es notablemente más bajo y si, efectivamente, son sus propios fabricantes quienes garantizan que se trata de prendas idénticas. Pero ¿qué significa «idéntica» en este marco? Podríamos limitar la noción al modo y el material de su confección. Pero, evidentemente, la autenticidad exige otros componentes inmateriales de valorización, asociados a un universo de pertenencia, a imágenes que explicitan ciertos modo de vida y a segmentos diferenciales de público que son aquellos que La Salada pone en discusión a punto tal de cuestionarlos, subvertirlos o plagiarlos. Esta modalidad de la economía popular transnacional hace de la experiencia de plagio masivo una irónica y desafiante provocación.
En todo caso, la tarea de reventa de la producción de marcas reconocidas que encuentra un canal en La Salada revela la ambigüedad de la marca «verdadera», que solo se confirma como tal de un modo tautológico: es decir, cuando se paga un alto precio por ella. Sin embargo, la prenda de marca –aun si ha sido confeccionada del mismo modo y con los mismos materiales, y la mayoría de las veces, por los mismos trabajadores–, una vez sustraída del circuito en que la marca termina de valorizarse como tal, se multiplica en una cadena popular y transnacional de venta y comercialización, lo que pone en jaque el valor de exclusividad.
En este punto, La Salada queda en el centro de un debate de enorme actualidad: las pugnas por la apropiación de lo inmaterial que se traducen, justamente, en la batalla librada alrededor de los derechos de marcas y de de propiedad intelectual.
Por su parte, la copia de las marcas produce un efecto simultáneo de parodia y devaluación.
La complejidad de La Salada, en este punto, es la ampliación del consumo que en principio estaría segmentado por clases (el acceso restringido a las marcas), sustentada en un modo de producción que implica condiciones de explotación intensiva de trabajadores migrantes.
Los consumos de prendas de marca falsificadas desbaratan el prestigio de esta como   signo de exclusividad y a la vez evidencian cómo esa exclusividad se sostiene en una exhibición restringida de modo clasista. Esto supone que, en la medida en que la marca es deseada, usada y exhibida por clases populares, su valor es subvertido/devaluado. Es un tipo de producción de la copia que desvaloriza el original al mismo tiempo que expone la disputa por ese bien intangible y cada vez más decisivo: la construcción de un modo de vida.
Si el tallerista clandestino, librado de toda estructura impositiva o de trabajo formal, asume la venta directa de su producción, sólo tiene costos de alrededor del 20% del precio de la prenda. El resto es ganancia . Esto, por una parte explica la diferencia de valor entre una penda de la Salada o de un Shopping.
En La Salada, lo falso a gran escala arma un paisaje heterotópico: una reglamentación meticulosa pero no institucionalizada organiza el intercambio a cielo abierto. Ni su heterogénea contextura ni su extensión, tampoco su aparición y desaparición en el medio de la noche, permiten comparar esta feria con otros espacios urbanos.
La Salada ha sabido construir un branding de lo trucho y por eso ha sido denunciada por la Unión Europea como un ejemplo del comercio ilegal en Latinoamérica: por no respetar la ley de marcas y por facturar la gran parte de los 125 millones de dólares que mueve al año fuera de la reglamentación impositiva vigente.

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