Miles
de puestos, cientos de miles de compradores, marcas reales e imitaciones de
todo tipo. Dos madrugadas por semana,
mientras la ciudad de Buenos Aires duerme, el bullicio se apodera de La Salada,
en la periferia de la capital argentina.
La feria La Salada es un espacio de cruce y
tránsito, en el límite entre la ciudad de Buenos Aires y el partido bonaerense
de Lomas de Zamora. En sus 20 hectáreas se acumulan numerosas y agitadas
transacciones: se vende y se compra comida, ropa, tecnología etc.
La mercancía polémica:
Uno de los temas más controversiales de La Salada es el tipo de
mercadería que se vende. Para empezar, hay múltiples categorías y formas de lo
falso en circulación. Y esto se debe al modo de producción de las prendas, que
se consiguen tanto al por mayor como al menudeo minorista. En esa borrosa zona
de producción que da lugar al inmenso modo de venta y distribución
transnacional que es La Salada, emerge como enclave el taller textil
clandestino. Se abre, así, una paradoja:
La Salada es un espacio de publicidad y expansión para una
producción que tiene su génesis en la clandestinidad. O, dicho de otra manera,
el original es producido en la clandestinidad y la copia falsa,
distribuida a cielo abierto.
Entre el taller y la feria proliferan todo tipo de marcas: se
comercializan prendas sin ningún logo, otras con marcas especialmente
producidas para la feria y también aquellas pertenecientes a conocidas casas de
ropa.
Esto es: una misma prenda, fuera del circuito de valorización
comercial «legal», tiene que demostrar que posee la misma calidad y diseño aun
si el precio es notablemente más bajo y si, efectivamente, son sus propios
fabricantes quienes garantizan que se trata de prendas idénticas. Pero
¿qué significa «idéntica» en este marco? Podríamos limitar la noción al modo y
el material de su confección. Pero, evidentemente, la autenticidad exige
otros componentes inmateriales de valorización, asociados a un universo de pertenencia,
a imágenes que explicitan ciertos modo de vida y a segmentos diferenciales de público
que son aquellos que La Salada pone en discusión a punto tal de cuestionarlos, subvertirlos
o plagiarlos. Esta modalidad de la economía popular transnacional hace de la
experiencia de plagio masivo una irónica y desafiante provocación.
En todo caso, la tarea de reventa de la producción de marcas
reconocidas que encuentra un canal en La Salada revela la ambigüedad de la
marca «verdadera», que solo se confirma como tal de un modo tautológico: es
decir, cuando se paga un alto precio por ella. Sin embargo, la prenda de marca
–aun si ha sido confeccionada del mismo modo y con los mismos materiales, y la
mayoría de las veces, por los mismos trabajadores–, una vez sustraída del
circuito en que la marca termina de valorizarse como tal, se multiplica en una
cadena popular y transnacional de venta y comercialización, lo que pone en jaque
el valor de exclusividad.
En este punto, La Salada queda en el centro de un debate de enorme
actualidad: las pugnas por la apropiación de lo inmaterial que se traducen,
justamente, en la batalla librada alrededor de los derechos de marcas y de de
propiedad intelectual.
Por
su parte, la copia de las marcas produce un efecto simultáneo de parodia y devaluación.
La
complejidad de La Salada, en este punto, es la ampliación del consumo que en
principio estaría segmentado por clases (el acceso restringido a las marcas),
sustentada en un modo de producción que implica condiciones de explotación
intensiva de trabajadores migrantes.
Los consumos de prendas de marca falsificadas desbaratan el
prestigio de esta como signo de exclusividad
y a la vez evidencian cómo esa exclusividad se sostiene en una exhibición restringida
de modo clasista. Esto supone que, en la medida en que la marca es deseada,
usada y exhibida por clases populares, su valor es subvertido/devaluado. Es un
tipo de producción de la copia que desvaloriza el original al mismo tiempo que
expone la disputa por ese bien intangible y cada vez más decisivo: la construcción
de un modo de vida.
Si el tallerista clandestino, librado de toda estructura
impositiva o de trabajo formal, asume la venta directa de su producción, sólo
tiene costos de alrededor del 20% del precio de la prenda. El resto es ganancia
. Esto, por una parte explica la diferencia de valor entre una penda de la
Salada o de un Shopping.
En La Salada, lo falso a gran escala arma un paisaje heterotópico:
una reglamentación meticulosa pero no institucionalizada organiza el
intercambio a cielo abierto. Ni su heterogénea contextura ni su extensión,
tampoco su aparición y desaparición en el medio de la noche, permiten comparar
esta feria con otros espacios urbanos.
La
Salada ha sabido construir un branding de lo trucho y por eso ha
sido denunciada por la Unión Europea como un ejemplo del comercio ilegal en
Latinoamérica: por no respetar la ley de marcas y por facturar la gran parte de
los 125 millones de dólares que mueve al año fuera de la reglamentación
impositiva vigente.
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